Nuestras Facultades de Educación son el resultado de dos tradiciones pedagógicas que confluyen hacia 1990 desde dos instituciones pedagógicas próximas, pero diferentes.
La primera de ellas queda representada en las Escuelas Normales, concebidas para la formación científica y pedagógica de los maestros de primera enseñanza. Siguiendo el modelo francés, École Normale, en 1839 se crea en Madrid la primera Escuela Normal de Maestros, y a partir de 1842 van apareciendo otras en cada una de las capitales de provincia. A partir de 1858 se establecen las Escuelas Normales Femeninas para formar a las maestras que iban a encargarse de educar a las niñas, en un régimen segregado y dual para varones y mujeres, como el de entonces. En ambos casos, se buscaba ordenar, normalizar, las escuelas de ambos sexos, e impulsar la política educativa de los liberales. Nacía el sistema educativo español y las Escuelas Normales eran concebidas como un instrumento imprescindible del éxito esperado para la escuela primaria pública.
La segunda tradición, que da vida a una concepción científica de la pedagogía aplicada a un sistema educativo todavía de baja calidad, es fruto de la propuesta generada en el seno de la Institución Libre de Enseñanza (desde 1876), y en particular de Francisco Giner de los Ríos. Se ve la necesidad de una firme apuesta pedagógica, científicamente potente, capaz de mejorar el sistema educativo español, mediante la formación pedagógica de los profesores de segunda enseñanza y universidad, de ordenar la formación de los inspectores y supervisores escolares, y de dar comienzo a la investigación en ciencias de la educación, siguiendo pautas de los modelos alemán y anglosajón. Esta propuesta institucional va a tener que esperar hasta 1932, fecha en que nace en Madrid la primera Facultad de Pedagogía. Más tarde se crearán Facultades de Pedagogía en algunas universidades, y ya a partir de 1973 se produce en España la gran eclosión de las entonces denominadas Facultades de Ciencias de la Educación.
Como ya se anunciaba al comienzo de esta columna, en el marco de diferentes reformas generales del sistema educativo español, será a partir de los años 1990 cuando en la mayoría de las universidades se produce la confluencia unitaria en una sola entidad administrativa, aunando ambos grandes objetivos profesionales y científicos. Y años más tarde, la totalidad de las antiguas Escuelas Normales se transforman en Facultades de Educación , de Ciencias de la Educación, o de Formación del Profesorado y Educación
En consecuencia, las actuales Facultades de Educación en España responden a la demanda consolidada de formación de profesores que pide un sistema educativo cada vez más exigente, a la necesidad de formar especialistas en supervisión educativa y orientación escolar, y a la emergencia de otras instituciones que requieren la formación de profesionales en los ámbitos de la educación social derivados del funcionamiento de un Estado del bienestar que desea ser exitoso.
La formación de profesores de primera enseñanza y educación infantil ocupa la mayor de las preocupaciones, porque afecta a la totalidad de la educación impartida en la escuela obligatoria, infantil y primaria. Por ello, las cohortes de estudiantes de magisterio de educación infantil y primaria son las más numerosas. De ahí también que se mantenga en cada capital de provincia, como oferta pública, al menos una Facultad de Educación con las titulaciones referidas, y con algunas menciones especializadas en educación física, plástica o musical. Cabe añadir la existencia de oferta de la iniciativa privada en este mismo ámbito, porque resulta atractiva desde un punto de vista mercantil o ideológico, en caso de las promovidas por confesiones religiosas.
La formación de profesores de educación secundaria es otro gran capítulo de la función pedagógica de las Facultades de Educación, concretada en el desarrollo de un Master en Educación Secundaria, con carácter obligatorio para todos los licenciados o posesores de un grado en otra Facultad, y que desean optar a un puesto como profesores en centros de educación secundaria. Fue a partir de la Ley de Orgánica de Educación ( 2006) cuando un gobierno progresista opta por exigir este Master en Educación Secundaria, con el objeto de mejorar de forma sustantiva la calidad de los centros de Educación Secundaria Obligatoria, Bachillerato, Formación Profesional y Escuelas Oficiales de Idiomas, impulsando le mejora de la formación pedagógica de sus profesores de educación secundaria.
La formación pedagógica de profesores universitarios es otra tarea que cabe atribuir a las Facultades de Educación, si bien hay que reconocer que asistimos todavía a un déficit en este capítulo, por razones que merecen una explicación más extensa, y que dejamos para otra ocasión. El respeto a la autonomía universitaria a veces condiciona infelizmente la aplicación de políticas formativas más rigurosas para profesores universitarios. En nuestra opinión no resulta suficiente la vigente formación de un profesor universitario mediante cursos puntuales de técnicas didácticas e informáticas.
La formación de especialistas en supervisión escolar y orientación educativa, los pedagogos, y el impulso a la investigación en todas las áreas particularizadas de la Pedagogía, se erigen en capítulos especializados a desarrollar en el seno de las actuales Facultades de Educación.
La formación de educadores sociales, profesionales de los procesos educativos que se producen en la sociedad en instituciones y programas diferentes a los de la escuela configura otra titulación y profesión emergente desde hace ya medio siglo. Esta nueva actividad formativa de tales profesionales se inserta en el contexto de sociedades como la nuestra que se mueven en el denominado Estado del Bienestar, con procedencia germánica, y que gozan de una continuada demanda entre la educación escolar, la educación de la calle , los programas de reeducación e innovación socioeducativa y otras instituciones complementarias.
Para cerrar el ciclo, hemos de mencionar que nuestras Facultades de Educación pueden acoger Programas pedagógicos para la Tercera Edad, como es el caso de la denominada Universidad de la Experiencia. O también acoger el servicio de formación permanente del profesorado en las universidades.
En todos estos espacios curriculares debe incorporarse la función investigadora en Pedagogía, en Ciencias de la Educación, que todos los profesores universitarios deben cultivar de forma inexorable, para atender a la mejora de la educación en totalidad que precisa una sociedad avanzada como la española en esta tercera década del siglo XXI. Desde luego, para hacer avanzar la ciencia pedagógica, ya sea en singular o en plural.