Elegir los mejores elementos humanos posibles es el deseo de toda iniciativa, institución pública o privada, empresa u organismo, que aspire a lograr éxito en el desempeño de sus tareas. Seleccionar los mejores profesores es un supuesto imprescindible para alcanzar un sistema educativo y una universidad de calidad que logre cumplir los objetivos propuestos al servicio de la sociedad. Una universidad es excelente si lo son sus agentes principales, los profesores. La clave del éxito de un alumno o de la institución de educación superior se encuentra en la calidad y compromiso de sus profesores, con su respectiva propuesta pedagógica individual y de grupo, la colegiada.
En el origen de los sistemas educativos europeos, y más tarde expandidos por todo el mundo desde comienzos del siglo XIX, se pensaba sobre todo en la formación del ciudadano como objetivo principal de para disfrutar de su libertad, y de la universidad para formar a los mejores, más allá de su indudable función elitista de selección social. Pero también se comenzaba a practicar la política de fomento, de desarrollo social y económico, y también para ello era imprescindible adecuar los servicios educativos y las universidades en esa doble perspectiva.
El lenguaje tecnocrático dominante en el mundo, posterior a 1945, concibe el objetivo del sistema educativo principalmente en términos económicos, como el de la formación del capital humano, y como un instrumento socioeconómico para crear más riqueza en un pais. Por ello se apuesta por una educación (y una universidad) que forme al productor y consumidor para que toda la cadena resulte más rentable, dentro del código neocapitalista dominante desde entonces.
Para aspirar al mayor éxito de las universidades, ya fuera siguiendo el modelo napoleónico o francés, el de Humboldt o alemán, el anglosajón o volcado a la empresa y la sociedad, pensadores de la educación y políticos responsables de la gestión universitaria, establecieron modelos diferentes de seleccionar a los profesores que se iban a encargar de las cátedras universitarias.
En unos casos, como en el modelo dominante en el mundo latino, de mayor influencia francesa, para acceder al estatus de profesor universitario era imprescindible realizar un proceso de selección mediante oposiciones a las que concurren de forma abierta todos los aspirantes, siempre que demuestren poseer las titulaciones, acreditaciones y circunstancias personales oportunas y establecidas en la convocatoria. Una vez superadas las pruebas de selección se accede a un determinado cuerpo de profesores, con su correspondiente escalafón. Estas pruebas de selección de profesores universitarios adoptan un perfil preferentemente memorístico, aunque con el tiempo incorporan pruebas de selección más prácticas y propias del razonamiento especializado que representa la cátedra a que se aspira. También, con el paso del tiempo, se contempla la aportación de méritos académicos previos en el proceso de selección, que concluye con el diploma o documento de acreditación para el acceso a la función docente en ese cargo público dentro de la universidad.
El modelo germánico y anglosajón de selección de profesores universitarios responde a otra tradición, menos funcionarial, y menos administrativo y centrado en los contenidos, para orientarse hacia la resolución de problemas científicos, emanados de las demandas de la sociedad. Es un modelo menos rígido, pero mucho más centrado en la transferencia del conocimiento y en la investigación. Todo ello explica que, siguiendo este camino marcado por la transformación operada en las universidades de los USA desde finales del siglo XIX, en la denominada actividad profesional y docente de los profesores universitarios, e implantada en las universidades de todo el mundo, pese mucho más que la docencia propiamente dicha, la publicación de artículos científicos, la obtención de proyectos de investigación convocados por las administraciones públicas o las empresas y de convenios con instituciones para elaboración de productos “útiles” y aplicables a la resolución de problemas.
Esta segunda forma de concebir la tarea del profesor universitario, que pide al aspirante que sea mucho menos profesor y docente, y mucho más investigador, sobre todo de ciencia aplicada, nos permite comprender mejor el modelo de selección de profesores que rige en nuestros centros de educación superior. De tal forma las cosas son así que, con independencia de su especialidad científica, un aspirante a docente universitario que no ofrezca en su curriculum vitae una capacidad investigadora legitimada por acreditaciones externas, sobre todo de su trayectoria investigadora y de publicaciones en revistas científicas, no tiene nada que hacer al compararse con otros colegas que han seguido un camino investigador, pautado en el concierto científico internacional. En otras palabras, es lamentable opinión generalizada que alguien que se dedica a fondo a la docencia universitaria, y en consecuencia menos a la investigación, tiene comprometida muy en serio su aspiración a acceder al grado superior de la escala administrativa del profesorado universitario dentro de su área de especialidad.
El buen profesor marca en la universidad una trayectoria muy diferente a la del investigador, y ambas son valoradas con criterios acordes y diferentes a lo que antes hemos mencionado como modelos de actividad universitaria. Desde luego, la función docente aparece completamente secundarizada, aunque se denomine a quien accede a una plaza con el nombre de profesor. Parece que a nadie le importa saber que quien accede a una plaza de profesor en la universidad es buen docente, tiene cualidades pedagógicas, está formado científica y didácticamente, sabe trabajar en equipo, tiene capacidad de empatía con sus estudiantes, por ejemplo. Nada de eso. Lo que importa en la selección del profesor ahora es su nivel investigador acreditado. La demostración de ser un buen nivel investigador, altamente competitivo dentro del canon científico dominante en nuestros paradigmas del siglo XXI, se ha convertido en la llave para ir avanzando en la carrera como profesor universitario, aunque en consecuencia debiéramos hablar más correctamente de investigador y menos de profesor.
De esta forma las Agencias de Evaluación de la producción científica de los aspirantes a profesores universitarios, en cualquiera de sus categorías (son muchas en España, desde Becario de investigación, Profesor Ayudante, Ayudante Doctor, Contratado Doctor, Asociado, Profesor Permanente, Titular, Catedrático), ya sean agencias de ámbito de Estado (ANECA) o las Agencias de una Comunidad Autónoma, para el caso español, se erigen en jueces implacables de las expectativas de un aspirante a profesor, aunque en realidad sea investigador, lo que ellas valoran e informan en el currículum vitae de un aspirante.
En cualquiera de estas agencias y modalidades de evaluación que circulan por el mapa universitario nacional o internacional se aplican los criterios de selección y evaluación de la ciencia que han marcado fuerzas muy superiores de ámbito internacional (casi siempre), y apenas si se contempla la actividad formativa recibida por el aspirante, o la experiencia docente desempeñada por el aspirante previamente en alguna institución educativa o universitaria acreditada.