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Opinião Las Olimpíadas y la Universidad

Cuando trazamos estas líneas nos encontramos en el corazón de la celebración de las Olimpiadas 2024 en París. Además de disfrutar de la belleza que encarnan los mejores deportistas del mundo en las múltiples disciplinas deportivas, algunas ciertamente exóticas, escuchamos de los comentaristas deportivos especializados varias apreciaciones sobre el saltador (a), nadador, jugador, velocista, corredor de fondo, ciclista, practicante de vela, y otras decenas de ellos diferenciados.

En muchos casos, sobre todo cuando los locutores hablan de deportistas procedentes de países anglosajones, se subraya que esta joven mujer o aquel fornido muchacho proceden de la universidad X de Estados Unidos, Inglaterra o Australia. Esto no ocurre en la inmensa mayoría de los deportistas procedentes de países participantes de otras latitudes y culturas deportivas, salvo para indicar que un corredor de medio fondo estudia y se entrena con beca generosa en una universidad anglosajona, muy diferente al modelo curricular y organizativo de otras universidades europeas o asiáticas, cuando ya no africanas, desde luego. El ejemplo de una nadadora paraguaya, por otra parte expulsada de la villa olímpica de Paris por comportamiento inadecuado, nos vale de ejemplo. Esta joven es la mejor del atractivo Paraguay en la piscina, pero a mucha distancia en las marcas obtenidas de las nadadoras seleccionadas por sus respectivos países para competir con opciones de medalla. Esta nadadora, que estudia y entrena en una universidad de los USA llega a confesar que todo su interés en estas Olimpíadas era aparecer en la prensa mostrando que ha pisado Paris, porque toda su aspiración es estudiar Ciencia Política en Norteamérica para dentro de unos años convertirse en ministra de deporte en Paraguay. ¡Veremos!.

Esta práctica deportiva de las universidades de algunos países de raíz cultural y académica anglosajona, con seguridad arraigada en ellos por la influencia ejercida a lo largo ya de varios siglos de pautas pedagógicas como las del inglés John Locke (siglo XVIII), confirma que no se produce por casualidad. La educación física y el deporte forman parte central del currículum oficial en el conjunto de su sistema educativo obligatorio, y también en el de sus universidades y colleges de educación superior. Se tiene plena conciencia de la importancia que ha de alcanzar la actividad física y el deporte en la conformación de la personalidad de niños, adolescentes y jóvenes. Se subraya la importancia de los valores del deporte, de la sana competición, de sus reglas de juego y de honor, ya sean practicados individualmente o en equipo. La educación física y la práctica deportiva no son algo secundario en la formación de un niño, de un joven. Todo lo contrario, y por eso se apoya sin dilación.

La celebración de las Olimpiadas de Paris son una bella invitación a  que  un ciudadano normal de nuestro tiempo piense y practique una determinada actividad física y deportiva. Cada deporte y sus especialistas se convierten en motivo de admiración por los resultados obtenidos, pero también por el estilo y la honestidad expresada en el proceso de competición que les envuelve. Me viene a la memoria de estos días pasados el gesto deportivo de honradez y reconocimiento que la jugadora china de bádminton, su adversaria en semifinaales, ha tenido hacia la española Carolina, gravemente lesionada cuando estaba a punto de obtener una de las mejores medallas de su vida. Por fortuna, aunque sea lamentable para ella, esta situación se ha convertido en una de las imágenes más valoradas y llamativas de estas Olimpíadas Parisinas 2024 por la profundidad moral que representa y atesora el auténtico espíritu deportivo cundo se compite al máximo nivel. Esa era la noble intención del barón Pierre de Coubertin cuando promueve en 1896 la primera edición de los juegos olímpicos contemporáneos, a celebrar cada cuatro años: esforzarse, entrenar, competir, respetar  y valorar al adversario, ser elegante en el trato y en la imagen que se ofrece al espectador y al que desea superar.

Para las universidades las Olimpíadas pueden erigirse  en un factor añadido que conduzca a repensar muchas de las actitudes puramente competitivas del mundo académico en que nos movemos, en las que se valoran sobre todo los resultados obtenidos en productos estimados de valor social y rentabilidad económica en una sociedad en la que prima el individualismo funcionalista. Los valores físicos, mentales, sociales que encierra siempre la práctica deportiva, y más aún la aspiración a destacar y a competir de forma generosa, deben erigirse en referentes vitales y prácticos del estudiante universitario, de los responsables académicos, y desde luego de quienes representan políticamente a los ciudadanos y son responsables de ayudar y financiar de forma adecuada las prácticas deportivas y de educación física de una universidad pública, que debe mantenerse siempre atenta a su vocación de servicio a la comunidad, y no al negocio o a intereses ideológicos poco confesables, como sucede en la mayoría de las universidades privadas.

Finalmente, por ahora, también las Olimpiadas pueden convertirse en una oportunidad para que algunas iniciativas particulares, ya sean empresas o instituciones de ámbito social, maduren la importancia que representa para sus intereses financiar actividades deportivas en las universidades, incorporando a veces el modelo de mecenazgo deportivo que tanto éxito tiene en las universidades anglosajonas.

José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es