Hace tan solo un par de semanas se ha producido en la costa mediterránea española, principalmente en Valencia, una terrible DANA, con consecuencias muy graves de destrucción de bienes públicos y particulares, coches, mobiliario urbano y, lo que es mucho más grave aún, con la pérdida de la vida de más de 230 personas, niños, ancianos, hombres y mujeres, que han sido arrastrados a la muerte por impresionantes trombas de agua y lodo.
Técnicamente una DANA es el acrónimo de Depresión Aislada de Niveles Altos, tal como es definida por los expertos en meteorología. Las consecuencias directas son una también denominada gota fría, con inusual acumulación de lluvia y tormentas, concentradas en un corto espacio de tiempo y en un espacio físico no muy extenso, que generan desbordamientos de arroyos, barrancos, ríos, torrenteras, con arrastre espectacular de agua y barro, que engulle todo lo que encuentra a su paso (automóviles, puentes, carreteras, vías de ferrocarril, sótanos y bajos de casas, y lo más preocupante, vidas humanas).
¿Podemos hacer algo para evitar, o al menos minimizar los daños, sobre todo sobre la vida de las personas?
Los fenómenos metereológicos de esta clase de lluvias torrenciales e inundaciones, así como los sunamis, los terremotos, desprendimiento de tierras, o grandes fuegos procedentes de tormentas y rayos, pueden ser previstos en algún caso, pero no disuadidos en su magnitud, al menos de momento. Lo que sí se puede evitar, o al menos aliviar en buena medida, son muchos de los graves daños materiales y los producidos a personas por una DANA o fenómeno equivalente. ¿Cómo? ¿le cabe alguna competencia y responsabilidad a la universidad y sus agentes, profesores y estudiantes, también al personal investigador y de apoyo administrativo? ¿Hacia dónde debería encaminarse la colaboración y la actuación de la institución universidad cuando se produce un fenómeno natural tan grave, tan peligroso? ¿Hemos de esperar pasivamente, paralizados, cruzarnos de brazos y sentirnos aturdidos e inoperantes, los profesores y los estudiantes?
Hace unos años, en 2011, publicamos un trabajo que goza ahora mismo de total actualidad, porque incide de forma directa sobre el tema que encabeza esta columna. En el número 15 de la revista “Papeles salmantinos de educación”, la investigadora brasileña Roberta Camboim de Brito y nosotros mismos publicamos el artículo titulado “Estrategias educativas para la prevención de desastres naturales. La referencia de Brasil”. Nuestras propuestas pedagógicas siguen vivas, y perfectamente aplicables a las DANAS que se producen en el Mediterráneo español.
Escribísmos entonces, y seguimos manteniendo, que pensar en los efectos de los desastres naturales forma parte de nuestra vida diaria al observar el escenario local, nacional e internacional y sus dramas. Más allá de las responsabilidades políticas de cada situación, y de la imprescindible actuación de los servicios públicos de seguridad ciudadana, se habla mucho de las ayudas humanitarias, de la movilización de apoyo a los afectados (que con toda frecuencia suelen ser los más pobres), cuando el drama alcanza proporciones considerables.
Podemos situar los desastres dentro de una lectura de análisis de riesgo, por lo que resulta primordial la respuesta coordinada de las administraciones, pero también valorar la importancia de la educación para la prevención de tales dramas, además de convertirse en el instrumento menos costoso y más eficaz para el correcto tratamiento de los desastres.
La ONU había creado en el año 2000 una estrategia internacional para la reducción de desastres, debido al creciente número de los que se producen cada año y sus terribles consecuencias, como sucede en el caso que nos ocupa de Valencia. De tal propuesta y estrategia oficial e internacional se desprende que en estas situaciones tan dramáticas, para que la ayuda sea más eficaz se requiere la actuación coordinada de varios sectores de la sociedad afectada, una vez que se produce la devastación. Será preciso atender los más diversos ámbitos de actuación: físico, social, emocional, económico de las personas y los efectos sobre el medio ambiente.
Parece evidente que la acción preventiva, y en consecuencia educativa, es la más eficaz a medio y largo plazo: programas de entrenamiento en los centros educativos ante las catástrofes, fomento de la generosidad y la solidaridad ante los desastres humanos y medioambientales, formación adecuada de profesores en esta línea de actuación, programa de formación ciudadana en municipios y asociaciones vecinales, por ejemplo, Es cierto que a veces solo se puede aspirar a mitigar los efectos, pero es que la salvación de una sola vida humana ya merece la pena.
Pero la tarea pedagógica indispensable, que afecta no solo a niños y jóvenes, es la de corregir un modelo neoliberal de producción y consumo acelerado de bienes, que son los procesos que inducen a magnificar en el tiempo y frecuencia estos desastres naturales, como los científicos experimentales nos confirman hace ya tiempo, tomando como referencia principal el calentamiento acelerado del clima. Hemos de consumir menos y de forma responsable, niños y mayores, hombres y mujeres, todos.
¿Pero puede hacer algo más la universidad? Desde luego que sí. Lo ha de hacer mejorando los niveles de consumo de energía en todas sus instalaciones y apostando por un consumo responsable. Lo ha de hacer fomentando en todas sus titulaciones un espíritu ecológico y solidario entre alumnos y profesores. Lo ecológico y consumerista es un asunto transversal, que afecta a todos los componentes de la comunidad universitaria, y debe aparecer reflejado en los programas de estudio de grado, de formación continuada, aunque también se pueden ofrecer másteres específicos sobre riesgos y desastres naturales de carácter interdisciplinar. En especial destinados para aquellos futuros profesionales de la enseñanza, puesto que su ejercicio educativo alcanzará entre sus alumnos un efecto multiplicador.
Por otra parte, en la misión investigadora de la universidad deben incorporarse proyectos de investigación básicos y aplicados que se relacionen directamente con los desastres naturales. La lectura de la ciencia desde una perspectiva medioambiental es a todas luces de creciente interés y necesaria de impulsar en una universidad pública, con espíritu de servicio a la ciudadanía.