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Diretor Fundador: João Ruivo Diretor: João Carrega Ano: XXVII

Opinião FORMAR LA COMPETENCIA CIUDADANA EN LA UNIVERSIDAD

El Foro Europeo de Administradores de la Educación ha celebrado recientemente en la Universidad de Valladolid, institución anfitriona, unas más que interesantes Jornadas Estatales para estudiar el tema “La competencia ciudadana, elemento aglutinador de los aprendizajes”. El subtítulo de la misma era revelador: “Hacia un perfil de salida del alumnado basado en la ética y en la mejora de la sociedad”.

Es éste un tema de creciente interés y preocupación política y educativa en las sociedades del siglo XXI que muestran elevados niveles de tensión intercultural, en las que emergen posiciones radicales e intolerantes, cerradas y populistas, adoptadas por quienes se consideran depositarios de verdades incólumes y que perciben el riesgo de perder sus privilegiadas formas de vida, si se comparan con quienes no tienen donde poder vivir con dignidad, en libertad y un mínimo de equidad.

Los países de Occidente, ya sea en Europa o América, los del llamado primer mundo, vienen adoptando posiciones conservadoras, de creciente intransigencia política, si observamos los discursos políticos dominantes, las conductas electorales de la gente de a pie o las de la vida cotidiana de sus actores, ante refugiados políticos y religiosos, ante la creciente presión del hambre y seguridad de sus familias y de sí mismos. Crece la indiferencia de muchos miembros de las sociedades del bienestar ante los dramas de inmigrantes que quedan enterrados en el mar, de refugiados que huyen de las masacres de la guerra, de masas y columnas inmensas de hombres y mujeres emigrantes desesperados que huyen del hambre y el oprobio de su entorno de origen.

Los medios de comunicación, pero también las instituciones educativas de diferentes niveles, y sus agentes, adolecen con frecuencia de elementos de conducta ética inclusiva ante la desigualdad social, en cualquiera de sus muchas manifestaciones. De esta forma se aprecia que se incrementa el individualismo y la competitividad y se diluyen las propuestas generosas de la colaboración, la cooperación, el respeto a los valores básicos que representan los derechos del hombre y del ciudadano, cuando no del niño.

Desde el mismo origen de los sistemas nacionales de educación a partir de la Revolución Francesa de 1789, incluso mucho antes en propuestas de política educativa como las de Maquiavelo para su república de Florencia, o la de Rousseau en el contrato social, el compromiso de los ciudadanos con el sostenimiento de la república, de la ciudad o país donde desean vivir, se sustenta en la cultura y adecuada formación ciudadana de sus miembros. Solamente así se puede defender la posibilidad de una vida democrática saludable en una ciudad o en un país, de contar con la disposición colaboradora de hombres y mujeres, ciudadanos todos, sustentada en valores de convivencia, tolerancia, participación dinámica. La educación es el activo principal de la convivencia ciudadana en cualquier sociedad del ancho mundo.

Es evidente que el punto de partida de la construcción de esa ciudadanía cosmopolita lo encontramos en las instituciones primarias de acogida, donde se fraguan y aprenden las primeras formas de convivencia y se construyen los germinales valores de conducta, sobre todo mirando a nuestros padres, y así de generación en generación. Pero la escuela como institución, además, aporta el espacio principal y primero de la socialización de los individuos mediante la acción educadora de maestros y profesores con sus alumnos, tomando como instrumento de mediación el currículum. Así han funcionado las cosas desde el origen mismo de la escuela hace miles de años, y así se produce día a día en millones de relaciones educativas y de aprendizaje que operan en todos los países en el marco de los establecimientos escolares.

La escuela es el espacio en el que se construyen aprendizajes instrumentales, pero sobre todo estilo, valores, formas de compartir con los otros, o de cerrarse individualistamente. De ahí que la escuela obligatoria, desde infantil hasta el final de la secundaria, debe tejer con niños y adolescentes las redes de valores ciudadanos que se consideran indispensables para hacer posible una determinada sociedad, ciudad o país. La escuela instruye en aprendizajes instrumentales y educa también en competencias y valores de la vida personal y colectiva. Lo hace, además, de manera visible o invisible (hablemos del currículum oculto), pero siempre real, con mayor o menos éxito. Y es una tarea irrenunciable, con independencia de que desde otras instancias educativas se pueda y deba intervenir para corregir o consolidar conductas plausibles o reprobables de cada uno de los ciudadanos.

La pregunta que nos hacemos a continuación, pensando desde las categorías que se manejan en la educación superior, es si la universidad tiene alguna responsabilidad ética en la construcción de ciudadanía con sus diferentes agentes (profesores, estudiantes, personal de apoyo). Porque hay quienes piensan, de forma un tanto vulgar, conservadora e inconsistente, que a la universidad los chicos han de llegar ya formados en sus conductas sociales, y el profesor se ha de dedicar en exclusiva a enseñar química o medicina, derecho o matemáticas, pedagogía o bellas artes, filosofía o biología, entre otras, dejando a un lado el mundo fronterizo de los valores personales y ciudadanos que planea sobre la vida colectiva y personal. Este anacronismo teórico y social que arrojan algunas conductas, por fortuna día a día más aisladas, simplemente ya no es de recibo en la universidad de nuestro tiempo.

La universidad es desde su origen una institución formadora de jóvenes expertos en un campo de la ciencia y de las profesiones, pero al mismo tiempo en ella es irrenunciable procurar la adquisición de competencias ciudadanas, de valores de convivencia, de responsabilidad personal y colectiva. Además, la educación es un proceso que no concluye nunca, que se produce a lo largo de toda una vida, por lo que la institución universitaria también ha de ser receptiva a la presencia de todos los sectores sociales y de todas las edades, de hombres y mujeres, que aprenden juntos, unos de otros con sus profesores y estudiantes.

La universidad debe, por ello, revisar de manera periódica la pertinencia ética y de competencia ciudadana que se incluye (o no) en sus planes de estudio, y sobre todo en las formas didácticas y pedagógicas de concebir las relaciones entre profesores y estudiantes cuando se encuentran en el proceso de aprendizaje de una profesión o de un saber científico. Además, los proyectos de investigación que se impulsen en la universidad deben cuidar estos componentes éticos, sea cual fuere el ámbito científico que se cultive, y lograr proyectar y transferir a la sociedad aportaciones científicas novedosas, pero también intachables desde el punto de vista de las competencias ciudadanas de todos sus actores.

José María Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es