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Opinião El acceso a la universidad en paises de oriente

Cuando se escribe esta columna se celebran en España, al menos en algunas Comunidades Autónomas, las pruebas de la denominada Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad (EBAU). Como consecuencia de ello son varios los miles de adolescentes y jóvenes de ambos sexos que se encuentran en un estado de tensión emocional grande, de visible ansiedad, para muchos de anómalos trastornos alimenticios o de descanso nocturno, porque se les viene inculcando desde los centros educativos que imparten el bachillerato, en alguna de sus modalidades, un afán competitivo como tal vez nunca hasta entonces habían sufrido en su corta vida.
El tema no es nuevo entre nosotros, porque al producirse la primera masificación de la universidad en los años 1960 no existían plazas suficientes para todos los aspirantes. Pero hoy sobre todo es más llamativo porque la sociedad española en todos sus vectores (padres, profesores de educación secundaria, los de universidad, agencias de evaluación, medios de comunicación, responsables de la administración educativa y universitaria) viene insuflando a los jóvenes un afán competitivo desmesurado. La competición no es otra cosa que obtener en estos exámenes la máxima puntuación, que ganar a todos los contrincantes posibles, para quedar bien a los ojos de los demás, y sobre todo para tener opciones a ingresar a la universidad en una de las carreras consideradas como estrella, por razones de prestigio profesional posterior, ingresos económicos derivados, y que tienen límite de plazas; y tal vez en algunos casos deseos honestos de poder estudiar lo que realmente la gusta a un chico, a una joven de 17 años, de poder elegir la carrera de su vida
Este fenómeno social y ultra competitivo de nuestro sistema escolar que expresa el modelo de las EBAU no es exclusivo de las fronteras españolas para adentro, sino que es mundial, aunque no universal. No es ningún consuelo saber que nuestro entorno europeo (con las excepciones de Alemania y Países Bajos, entre otros) tienen establecidos mecanismos de selección, parecidos a los nuestros, para el acceso a la universidad desde hace ya décadas en algunos casos. El impacto que las políticas educativas de los países más ricos del mundo, organizados en la OCDE, vienen impulsando desde conocidos y pervertidos programas de evaluación de resultados escolares, como el conocido como PISA, está ejerciendo una lastimosa influencia sobre la mentalidad colectiva de la mayoría de los ciudadanos. Vienen a decir que el sistema educativo de un determinado país es bueno si los resultados obtenidos por los escolares en algunas competencias y conocimientos concretos son acordes con los niveles preestablecidos, sin atender para nada al proceso de aprendizaje del alumno. Eso no les preocupa tanto.
De esa manera está garantizada la competitividad entre grupos, centros educativos, asociaciones de padres, sindicatos de enseñantes, políticos de la educación, y ciudadanía en general. Es el nuevo becerro de oro al que todos deben adorar y reverenciar, el de la pretendida calidad, expresada en algunos resultados obtenidos, sin tomar en cuenta nunca el proceso que vive el estudiante, las condiciones de aprendizaje en que se mueve, ya sean físicas, económicas, materiales u organizativas.
Nos encontramos así que determinados organismos internacionales se creen investidos de la autoridad científica suficiente como para diagnosticar que un sistema educativo es bueno o malo, exitoso o mediocre, en función de esos resultados obtenidos según los criterios establecidos por las agencias. De esta manera han difundido que , por ejemplo, los sistemas educativos de Corea del Sur, de China o de Singapur, son los mejores del mundo, los más exitosos, porque responden a los criterios establecidos para los rankings clasificatorios.
Ahora bien, si nos preguntamos por lo que subyace en la vida real de los jóvenes de estos países que desean superar sus respectivas pruebas de acceso a la universidad, podemos llevarnos algunas sorpresas, sobre todo si consideramos las condiciones en que se desempeñan y en algunos de los nefastos resultados que se derivan para la vida real de los jóvenes de estos países.
Veamos algunos indicadores de China, gran nación en la que cada año realizan estas pruebas de acceso (gaokao se llama) nada menos que trece millones de jóvenes, a quienes se les ha inculcado un afán desmesurado por ser los mejores, por la cultura del éxito, pese a quien pese. Por ello, como dedican nada menos que 12 horas diarias durante todo el año, a preparar las pruebas de acceso, generan un elevado grado de ansiedad y de suicidios juveniles, con tasas estadísticas oficiales opacas pero reales. Aún más, como se trata de triunfar al precio que sea, se va imponiendo la cultura del engaño, del plagio, de lo que aquí llamamos “copiar”, para alcanzar mejor calificación. Para frenar esta práctica las autoridades chinas han establecido una elevadísima suma de diez mil dólares de multa a quienes sean descubiertos en el engaño. ¡Apoteósico!
El caso de Corea del Sur es muy parecido, considerando la importancia del éxito social, de la imagen externa que se ofrece a la familia, conocidos, amigos, si un joven ha triunfado o fracasado en este tipo de exámenes selectivos. El ya elevado número de suicidios juveniles que habitualmente ofrece una sociedad económicamente desarrollada como la coreana del sur se incrementa en estas fechas de una manera significativa. El joven que fracasa en las pruebas, según ese criterio, no merece la pena vivir.
¿Son realmente modelos educativos a imitar los de estos países de Asia Oriental? ¿Las pruebas técnicas que establecen para los jóvenes son las apropiadas `para acceder a la universidad? ¿Les importa de verdad la adecuada elección de carrera de los jóvenes?
Seamos sensatos por una vez, y busquemos otro tipo de caminos para eliminar o disminuir este afán de cruda competitividad entre los jóvenes estudiantes que desean ingresar en la universidad, también en España, que es lo que más directamente nos afecta y preocupa. Seguramente, pensamos, es suficiente criterio de selección la calificación obtenida en el bachillerato, siempre que no se inflen las calificaciones de los estudiantes, como sucede en algunos centros privados, o en nuestro caso en determinadas Comunidades Autónomas, y que corrompen y vician el proceso de valoración final en plano de igualdad. Es posible que el aumento de plazas en las carreras más demandadas ayude a mitigar el procedimiento tan discutible que nos amordaza. En el caso español, desde luego que es imprescindible ajustar y unificar los criterios de equidad a la hora de exigir y corregir las pruebas entre las distintas Comunidades Autónomas, aclarando de una vez que no se rompen las competencias educativas de las mismas.
Y lo más importante de todo, al final de la educación secundaria, ante este sensible problema que viven jóvenes y sus familias, hay que fomentar entre los profesores de secundaria y de universidad el discurso de que lo deseable en este proceso es garantizar una adecuada orientación y ayuda del muchacho para la más acertada elección de carrera. De esa forma no veríamos, como observamos en los primeros cursos universitarios , sobre todo en el primero de todos de una carrera concreta, que existe un porcentaje no despreciable de jóvenes de ambos sexos que no saben muy bien por qué han llegado hasta allí, y lo que de consecuencia negativa tiene para su motivación y éxito académico inmediato.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es