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Crónica Salamanca La universidad y la doctrina del lejano Oeste

24-02-2025

El lector de esta columna conoce de forma sobrada qué se entiende en términos coloquiales por lo que se piensa y hace en el antiguo Oeste de los actuales Estados Unidos de América y Canadá entre los siglos XVI y XIX. En aquel ambiente solo cabía la conducta de la supremacía de la fuerza, de la violencia, del rifle, de la imposición de uno contra otro, del deseo de dominio e imposición de unos colonizadores llegados desde Europa desplazando a los habitantes originarios allí instalados, de la eliminación de un número casi indeterminado pero abundante de grupos indígenas, vulgarmente conocidos como los indios.
Hay que hablar de genocidio progresivo y multicolor, incluyendo a las formas de vida y sustento de aquellos pueblos indígenas, como fue la muerte planificada de millones de bisontes de las praderas, entre otras lindezas. El Museo Nacional de Historia de Canadá, que tuvimos la ocasión de visitar en Otawa hace algunos años, expresa de manera muy plástica esta terrible historia de aniquilamiento de gentes, culturas, animales autóctonos imprescindibles y de tradiciones colectivas y formas de vida de los pueblos indígenas. Ahora allí comienzan a reconocer la tragedia colectiva ocasionada y a pedir perdón, aunque es cierto que solo con timidez y sin demasiado compromiso de compensaciones a los elementos residuales de aquellos pueblos originarios.
Nos interesa destacar ahora la conducta colectiva y oficial que están a la base de la consolidación de aquellos asentamientos y desplazamientos, que no era otra que la ley de la selva, carente de normas, el dominio impuesto por la brutalidad y la violencia, el único respeto a la ley del más fuerte, la negación de un determinado estado de derecho, suficientemente articulado y respetado, como el que al menos ya regía en Occidente.
Ese modelo de cultura brutal, naturalizada en las prácticas sociales y políticas, completamente ajena al espíritu de una institución educativa, en este caso la universidad, persiste mucho más allá y acá en el tiempo, con más profundidad de lo aparente en las actuales formas de convivencia, de organización de la política y sobre todo de la economía. Pero no solo en los USA, también en Ucrania, en el proyecto imperialista chino, y en ocasiones en prácticas de antiguos imperios en África u Oriente próximo. Ahora con formato explícito de neoimperialismo, sustentado en la cultura del rifle, de las bombas, de la imposición por la fuerza.
El drama añadido que vivimos ahora en todo el mundo desde la reciente llegada al poder de Trump al gobierno de los USA, de la mano connivente de un sector, minoritario y concreto, de ultrarricos y ultraconservadores, supermillonarios y dueños de instrumentos tan influyentes como redes y plataformas informáticas que manejan a su antojo, es que no se conforman con su territorio directo de influencia. Son y se creen dueños del mundo, y buscan repartirse todas las formas de riqueza y acumulación posibles, como los casos de Groenlandia o canal de Panamá. Los valores propios del derecho natural y del derecho de gentes se ven postergados y anulados en beneficio del patrón dinero y la tecnología que genera más y más acumulación de dinero.
¿Qué podremos hacer quienes mantenemos la esperanza de un cambio a mejor de la historia del mundo, de avance y progreso, de forma gradual, y a través de la cultura, la educación, la investigación científica, la universalización de los beneficios de las instituciones y sistemas educativos? ¿Qué puede ofrecer la universidad ante este panorama tan oscuro y ennegrecido en que parece estar entrando la geopolítica mundial?
Porque, además, las opciones populistas y autoritarias que representan los modelos rusos y chinos, desde categorías un poco diferentes en su origen a las de los gobernantes estadounidenses actuales, resulta que también aspiran a aplicar pautas serviles de conducta en los ciudadanos, un sometimiento a directrices no democráticas y también aspiraciones neoimperialistas. El paradigma de valores y de formas de conductas emanados desde la Ilustración en nuestro contexto occidental europeo, hoy están siendo anulados, enterrados, sometidos. El paradigma de vida que representa Europa, asentado en la razón, el derecho, la cultura y la educación parece encontrarse en recesión.
De nuevo nos preguntamos si nos encontramos ante un callejón sin salida en esta tercera década del siglo XXI, y si la universidad y la formación de profesionales competentes y críticos tienen espacio en este marco tan preocupante que ahora nos traza esta agresiva geopolítica internacional caracterizada por modelos propios del neoimperialismo. Europa está siendo negada y desplazada en este juego de intereses, pero también quedan fuera de juego otros espacios culturales y políticos como los propios de los países no alineados, toda América Latina y por supuesto millones de habitantes en continentes enteros como África y buena parte de Asia.
La universidad pública, ahora más que nunca, tiene la obligación de elevar la voz de la autoridad moral, de la apuesta por el conocimiento crítico, por la ciencia derivada de la producción del conocimiento, por ampliar y mejorar la oferta de la cultura a todos los sectores sociales, con independencia de su origen socioeconómico. La universidad pública, al menos ésta, debe continuar desempeñando un servicio público donde quepan los jóvenes de toda procedencia étnica y condición sexual, de toda circunstancia desfavorable que haya provocado de forma accidental y natural. Desde luego, en paz y sin violencia.
Las tres grandes misiones de la universidad tienen hoy razón de ser más que nunca, y en esta hora de manera particular la extensión y difusión de los beneficios de la cultura y la ciencia a todos los sectores sociales, lo que en el contexto anglosajón se ha legitimado como la transferencia del conocimiento.
Putin en la nueva aspiración de Rusia a recuperar la vieja idea del imperio de los zares. Xi Ping con un discurso de neocapitalismo de Estado en China, pero no menos conservador, mostrando su deseo de protagonismo total en el mundo. Trump y sus asesores multimillonarios en los USA deseando hacerse los amos totales de bienes y personas de la mayor parte del mundo, mediante las reglas de juego que les interesa imponer, y sin respetar pautas de conducta que creíamos intocables para los derechos humanos en el concierto internacional.
A los poetas les queda siempre la palabra para salir airosos, y a los ciudadanos conscientes, a los profesores y estudiantes de las universidades públicas del mundo les queda la capacidad de negarse a aceptar el sometimiento de lo que para muchos parece como irremediable, el poder de la fuerza bruta. La construcción y la práctica de la conciencia crítica continúa siendo la principal contribución de las universidades a la historia en el siglo que nos toca vivir.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca jmhd@usal.es
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