Hace unos días han dado inicio las actividades docentes e investigadoras de las universidades españolas para el actual curso académico 2024-25, con escaso decalage respecto a la mayoría de las universidades europeas. Quedan muy lejanos los tiempos en que la actividad universitaria se ponía en marcha, de manera real, a partir del 15 de octubre de cada año. Ahora todo está rolando en la primera semana de septiembre, y aún unos días antes, a pesar de las circunstancias de clima, diferentes a las de otros países europeos, incluso de las diferentes regiones españolas, peninsulares e insulares.
Una vez concluido el proceso de matrícula de los estudiantes de grado, de máster y de doctorado los responsables de la gestión universitaria hacen balance y pueden ofrecer los datos finales de las inscripciones de los alumnos, en número, y también computando su procedencia geográfica.
En lo que se refiere a la Universidad de Salamanca, de los 28.000 estudiantes matriculados (sin incluir los de formación permanente, los procedentes del programa Erasmus, o los más de ocho mil estudiantes de español para extranjeros que cada año pisan las aulas salmantinas) un cuarto de ellos es de procedencia de nacionalidad no española, según informan los responsables de la institución universitaria.
Son datos espectaculares y muy positivos para este establecimiento de educación superior, sin duda, sobre todo si los comparamos con los de otras universidades del entorno nacional, recluidas al ámbito próximo de su provincia para atraer alumnos a sus aulas. En otro momento hablaremos de los beneficios sociales y económicos que aporta esta elevada masa juvenil en las ciudades donde se asienta. De ahí el lógico interés de gestores de las políticas locales o de empresarios de servicios para que se promocione en su localidad respectiva un determinado servicio universitario.
La pregunta que nos interesa resolver ahora se refiere a las razones por las que una universidad atrae a estudiantes de fuera, y en particular internacionales, en destacado número de jóvenes. Y nos referimos aquí no tanto a los investigadores de diferentes áreas científicas como a los alumnos que se forman como futuros licenciados, másteres y doctores.
Una universidad atrae estudiantes, desde el mismo origen medieval del Estudio, por la calidad y atracción que suscitan sus profesores, sus maestros, la masa crítica que compone el claustro universitario en sus diferentes especialidades. Esto ya sucedía, por ejemplo, en los orígenes y precedentes de la Universidad de Paris en el siglo XII, cuando estudiantes de filosofía o teología de toda Europa quedaban atrapados por las atractivas propuestas intelectuales de Pedro Lombardo. Poco después nace la universidad parisina. La movilidad de estudiantes ya era un hecho en aquellas lejanas fechas, pero lo era por motivos intelectuales de calidad, justificados y documentados.
Hoy, habiendo cambiado el contexto, la razón fundamental por la que un joven elige estudiar en una universidad fuera de su pais de origen es porque le han comentado, o se ha informado, que en esa universidad se ofrece una enseñanza de calidad en el ámbito científico, o de las profesiones, que a él le resulta más satisfactorio para sus expectativas personales y donde piensa proyectar su actividad laboral en el futuro.
Ese proceso de elección por parte de un joven de una determinada universidad para estudiar, sobre todo si es extranjera, es consecuencia también de la orientación recibida por sus profesores y departamentos de orientación de la educación secundaria, por la opinión de sus familiares y amigos más cercanos, por la tradición y prestigio acreditados de una universidad a lo largo de los años, a veces de varios siglos, como es el caso del Estudio Salmantino. Si nos referimos a la elección de universidades privadas el factor influyente añadido puede recaer en el marketing y los instrumentos de propaganda utilizados, equivalentes a los de cualquier mercadeo.
También existen otros factores más estructurales, globales y derivados de la aplicación de determinadas políticas universitarias, que contribuyen a que podamos explicar con mayor precisión este fenómeno de la atracción internacional de una universidad ubicada en cualquier país del mundo.
El nombre de la institución universitaria que acredita mediante diploma o título a un joven en una determinada especialidad de la ciencia y de los saberes, encierra un valor añadido, una garantía de mayor reconocimiento personal y profesional, que a bveces es simbólico y no fácil de mensurar. Lo cual es aplicable, de otra manera, a quienes pertenecen como académicos al claustro universitario del establecimiento. De esa forma se va construyendo una serie histórica de la institución que va enriqueciendo el potencial intelectual colectivo de la misma, y que también conduce hacia el interés de pertenencia y de identidad con esa universidad. De ahí que no sea indiferente haber estudiado en una universidad con prestigio e historia, con tradición científica y profesional, que hacer su formación en otra cualquiera que simplemente expide títulos, a veces de escaso valor en la ciencia y en el mercado de las profesiones.
La internacionalización de los estudiantes se explica también, por supuesto, por el impulso directo e indirecto que generan programas como el Erasmus en Europa, por las políticas de apoyo al estudiante sin recursos mediante becas y apoyos públicos, por los incentivos oficiales o mecenazgos a los mejores estudiantes, por el clima de movilidad hoy presente en todo el mundo, y por el valor añadido de la internacionalización en los procesos de evaluación de la calidad de las instituciones universitarias. En el marco histórico que nos corresponde vivir, nos movemos en un clima de globalidad de los procesos sociales y políticos, del valor de la universalidad de la ciencia cultivada.
La internacionalización creciente de las universidades es una tendencia muy propia de nuestro tiempo, de la que son atractivas y beneficiarias unas universidades más que otras, por las razones antes apuntadas. Conviene tomar nota de la elección realizada.