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Diretor Fundador: João Ruivo Diretor: João Carrega Ano: XXVII

Opinião Universitas pro Ucrania. Entre el corazón y la razón

Los horrores y efectos perversos que genera toda guerra a los ciudadanos directa e indirectamente afectados, ahora la de Ucrania, y poco antes la de Siria, o las permanentes que mantienen desde hace décadas israelíes y palestinos, las del Sahel, Sudán o el Frente Polisario frente a Marruecos, la del sudeste asiático, y tantas más, solamente se impulsan y justifican desde la frialdad de la razón y el corazón de quienes manejan los hilos de las decisiones de la alta política o la economía. Estos líderes impasibles y crueles de la política, la economía o los ejércitos, que a veces carecen de rostro visible y se diluyen en fondos de inversión o lobbies, han eliminado de su entorno todo signo de afecto, bondad, solidaridad.
Por supuesto, todas sus decisiones van guiadas por el cálculo aséptico y frío del beneficio económico o político. Si en toda persona normal en su conducta juegan siempre el haz y el envés, las dos dimensiones del bien y el mal, del eros y el tánatos, de la vida y la muerte, del afán de dominio o de la solidaridad, en estos líderes de la política, la economía, la milicia de ciertos Estados, que responden a los intereses estratégicos que seguramente otros poderes menos visibles les marcan, parecen haberse esfumado todos los signos posibles de humanismo, solidaridad hacia el otro, emoción por el dolor ajeno.
Lo que leemos, vemos y oímos desde hace semanas que sucede en la invasión de Rusia sobre Ucrania, y la guerra que sostienen ambos con inusitada crueldad, nos toca más de cerca que otros muchos enfrentamientos bélicos que se mantienen con dolor equivalente por muchos lugares de la geografía mundial, aunque casi siempre más alejados de la vida cotidiana occidental.
Pero esta llamada guerra de Ucrania parece haberse convertido en algo más “nuestro”: los refugiados que son acogidos por gobiernos europeos y familias como las nuestras, imágenes de devastación de ciudades parecidas a las nuestras, habitantes eslavos que practican religiones (católicas y ortodoxas) parecidas a las nuestras, efectos colaterales sobre nuestras economías que afectan directamente a nuestros bolsillos.
En fin, parece que esta es una guerra nuestra, diferente sin ir más lejos a la brutal que se desarrolló durante años en Siria, ahora al parecer finalizada por aplastamiento, o la no menos brutal y sistémica agresión de Israel a palestinos de Gaza y Cisjordania. Sí, pero esta que se vive con dolor en Ucrania parece una guerra más nuestra, porque así lo están queriendo y proclamando las agencias, redes y medios de comunicación, principalmente de Occidente, aunque no solo.
A todos nosotros la dureza de la guerra que observamos a media distancia nos interpela, claro que sí. Lo hace en nuestros afectos y en nuestros bolsillos, en la forma de tratar de comprender el conflicto, sus intereses estratégicos, mucho más allá del juego que algunos viven como si las conquistas de territorios o sus defensas, fueran escaramuzas de soldaditos de plomo, rompecabezas o juegos de playmóbil. La guerra es horror, brutalidad, pérdida de vidas y bienes públicos y particulares, destrucción, desprecio del derecho básico a la vida y a la dignidad de millones de personas.
Ante este impresionante drama colectivo, debemos preguntarnos si nuestras universidades tienen algo que decir y hacer.
Poco pueden hacer ( y no deben inmiscuirse en tales asuntos) en lo que se refiere a armamento y estrategias militares, que al fin incrementan la violencia, pues el ejercicio de la violencia siempre genera nueva violencia. La universidad debe moverse, a medio, largo y corto plazo, en la perspectiva que también proponía hace pocos días Federico Mayor Zaragoza, quien fuera Director General de la Unesco (1987-99), entre otros muchos altos cargos y responsabilidades políticas. Respecto a lo que sucede en Ucrania, y la respuesta de las potencias occidentales incrementando el envío de más armamento, y más sofisticado, para afianzar la respuesta ucraniana a la agresión del ejército ruso, este líder intelectual mundial manifestó de forma expresa que “sobra más armamento y se requieren más palabras, más diálogo”.
La universidad debe eludir siempre todo ejercicio de violencia, o aquello que lo incentive, en su docencia y formación de profesionales, en sus investigaciones y publicaciones científicas, en su misión de difusión y extensión universitaria. La universidad ha de apostar siempre por la paz y el diálogo, ha de situarse en el plano de la civilización y nunca en el de la barbarie, apostar por el valor transformador de la palabra y nunca por todo lo que represente violencia personal o colectiva.
De ahí la oportunidad de varios de los actos públicos, impulsados por estudiantes y profesores de nuestra misma universidad (también en otras) en favor de la paz, en contra de la guerra, combinando manifestaciones de denuncia contra las agresiones, propuesta de diálogo y paz, compartiendo mensajes y discursos leídos, representaciones teatrales, con audiciones musicales, fomentando siempre los valores y actividades de defensa de los derechos humanos.
En la universidad debe consolidarse el espíritu de la paz y del diálogo, y no solo como respuesta puntual a un conflicto como el de Ucrania, aunque también en éste. La dimensión educadora y humanista de la universidad debe ser cultivada en todas sus acciones y programas, combatiendo la barbarie y apostando por la civilización, la cultura, la ciencia, el hombre, los hombres y mujeres en plural. Estudiantes, profesores, responsables de la gestión universitaria han de tratar de caminar en la senda de los valores respetuosos con la dignidad humana, con la paz, en sus aulas y laboratorios, en todas sus actividades complementarias. Esa es la gran aportación histórica de las universidades a la construcción de una humanidad de progreso, desde su origen medieval a nuestros días. Es el camino a continuar afianzando en el día a día.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es