Este website utiliza cookies que facilitam a navegação, o registo e a recolha de dados estatísticos.
A informação armazenada nos cookies é utilizada exclusivamente pelo nosso website. Ao navegar com os cookies ativos consente a sua utilização.

Diretor Fundador: João Ruivo Diretor: João Carrega Ano: XXVII

Opinião ¿Son ahora peores nuestros estudiantes?

Corren por las redes sociales ciertos discursos catastrofistas en relación a la condición cultural y académica de los estudiantes que pueblan nuestras universidades, así como de su ausencia de compromiso y motivación por los estudios, por la carrera que han elegido, y por cumplir las expectativas formativas y profesionales que padres y sociedad han depositado en ellos.
Encontramos periodistas, políticos y algún profesor universitario que se ceban en los alumnos para explicar los a veces elevados índices de abandono que se producen entre los estudiantes de las universidades, sobre todo en los primeros cursos. Dicen que los alumnos están desmotivados, que carecen de la necesaria cultura del esfuerzo para lograr éxitos, que son pasotas e irresponsables, y que al fin son una carga para la sociedad que financia las universidades públicas, y que tal actitud es gravosa social y económicamente para todos. Dicen estos voceros que los alumnos, al actuar así, desprestigian a la institución de educación superior, y por ello insinúan que se vayan a las privadas donde, dicen, les van a exigir más (lo cual no es cierto) y a cumplir objetivos en los resultados académicos, porque son muy caras y ello les invita a ser más serios en el estudio. Tales mensajeros echan la culpa de que los estudiantes ofrezcan peores resultados, a la que consideran desastrosa política de los gobernantes, que no hace más que aminorar la exigencia del nivel de conocimientos en bachillerato para acceder a la universidad, y también a los dirigentes universitarios por atender más a los datos globales de “éxito” que a la calidad final de los alumnos egresados. También meten en el mismo saco a los alumnos de grado o licenciatura, a los de máster y a los de doctorado, cuando la motivación y el éxito real que obtienen los estudiantes en los estudios es muy diferente por edad, motivación y capacidad de adaptación.
Este tipo de discursos populistas, cargados de inexactitudes, generalidades y medias verdades (cuando no mentiras completas, ahora se dice en inglés “fake news”) se van corrigiendo con los hechos reales y las explicaciones sobre un problema que es más complejo de lo que parece a primera vista.
En esta ocasión nos vamos a fijar solamente en tres aspectos que intervienen en el problema enunciado, pero con el bagaje a nuestras espaldas de varias décadas como docente universitario de todos sus niveles, pero casi siempre adoptando de form consciente el primer curso de licenciatura como una opción a la hora de elegir responsabilidad docente en la Facultad de Educación cuando se inicia cada curso académico. También podemos aportar nuestra experiencia como Decano y como Vicerrector de Planificación Docente en nuestra universidad durante varios años.
En la cultura escolar académica de la universidad, como sucede en la propia de la primera enseñanza y la secundaria, en primer lugar, intervienen de forma inexorable las directrices de la política educativa oficial sobre educación superior (leyes educativas, normas, instrucciones generales para la educación superior; reglamentos, estatutos de cada universidad; criterios específicos de una Facultad o Escuela Superior, que son las unidades de primera responsabilidad académica; planes de estudio oficiales; convenios con empresas y administraciones; financiación de los gastos de mantenimiento en personal , edificios y material docente e investigador; sistema de becas para estudiantes y financiación de proyectos de investigación, entre los más señalados).
En segundo lugar, en esa cultura escolar académica que se puede observar en cada centro universitario, y en cada una de sus aulas y laboratorios, actúa de manera muy influyente el grado de penetración alcanzado por la cultura tecnológica que ofrece la sociedad, con todos sus cambios acelerados (uso habitual de nuevas tecnologías en el aula, de internet, interrelación con las empresas particulares y administraciones en la enseñanza práctica de los estudiantes que día a día exigen los planes de estudio, avances científicos que obligan a actualizar los programas docentes, mencionando solo algunas variables).
Finalmente, en el éxito o fracaso de la cultura académica de las aulas interviene profundamente el clima de aprendizaje que es capaz de crear el profesor con sus estudiantes, la metodología utilizada, el cumplimiento de obligaciones del profesor, la formación científica y pedagógica del docente y su correcta actualización, la dinámica pedagógica generada, el correcto funcionamiento de las tutorías, la apuesta por una enseñanza teórico práctica en cada asignatura del plan de estudios. Citamos algunos aspectos de lo que es habitual en devenir diario de las aulas universitarias.
Es indudable que existe una parte muy importante, que es de responsabilidad del esfuerzo y dedicación de los estudiantes, para explicar el éxito o fracaso de ese proceso de enseñanza y aprendizaje en el que intervienen los profesores y los alumnos. En consecuencia, con independencia del formato de apoyos y orientación que se pueda utilizar en cada centro, los estudiantes son responsables de los resultados finales que se obtienen en la enseñanza universitaria. Pero no son los únicos y exclusivos, y por tanto no se puede descargar solamente en ellos el fracaso o el éxito de ese proceso complejo de enseñanza y aprendizaje.
En consecuencia, cuando hagamos valoraciones y afirmaciones de desautorización de la universidad pública, pensemos que la responsabilidad es siempre compartida, y corresponde a las administraciones, al sistema tecnológico dominante, a los profesores y a los estudiantes. Estos últimos, además, son expresión de otra cultura técnica externa que rodea e invade a todos, como es la del consumo exagerado, fácil e inmediato, el bombardeo de la publicidad con mensajes con frecuencia de dudosa fiabilidad ética, y la preeminencia de la volatilidad de valores y conocimientos, de su caducidad.
Los estudiantes universitarios de ahora tienen responsabilidad en lo que hacen y estudian, claro está. Pero existen también otras variables explicativas. Y, por supuesto, nuestros estudiantes no son peores que los de hace una o dos generaciones, aunque son diferentes, distintos. Tarea de los profesores y de las autoridades académicas y políticas de la educación superior es ser capaces de comprender la necesidad de adaptarse a los inevitables cambios que exige la dinámica de nuestro tiempo.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es