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Opinião Cum munere ad summum prius pervenies

La expresión latina que da título a esta columna en realidad está inconclusa y debe ser completada, de tal manera que en realidad es en su integridad: “Cum munere ad summum prius pervenies quam si sagaciter investigas”, que en buena traducción al castellano es: “Con cargo llegarás antes a la cima que si estudias con mucho rigor”. Esta expresión latina procede de lo que ocurría en la universidad clásica europea del siglo XVI, y me la facilitó Luis Enrique Rodríguez San Pedro, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca y eximio investigador especialista en historia de las universidades, entre otros campos de estudio.
En el marco de una animosa conversación de terraza de cafetería que manteníamos sobre temas universitarios, del pasado y de la actualidad, emergían cuestiones que a ambos nos interesaban y preocupaban. Por ejemplo, surgió el tema de lo que ocurría con algunos estudiantes de los últimos cursos de grado o licenciatura, o de máster, y desde luego de doctorado. También algunos de ellos que se incorporaban como becarios de investigación, profesores ayudantes dispuestos a seguir una procelosa carrera universitaria, hasta alcanzar la cima, pero debiendo superar antes otros peldaños previos.
Como se trataba de un asunto que no afectaba solo a alguien en particular, sino que adoptaba forma de síntoma colectivo, como prácticas académicas y sociales muy generalizadas, los dos estábamos de acuerdo en considerarlo como un tema que estaba socavando la salud y la integridad moral colectiva de la institución universitaria, y no solo la de la nuestra, a la que pertenecemos ambos.
Pero ¿de qué estamos hablando?
Observamos en nuestro entorno académico que existen jóvenes estudiantes y colegas con aspiraciones de ascenso académico rápido, que adoptan conductas arribistas muy explícitas, que ante todo piensan sin escrúpulos en el objetivo final del éxito y el triunfo personal, aunque deban utilizar zancadillas con quienes consideran competidores, aunque no tengan la calma necesaria para madurar un tema intelectual, porque tienen mucha prisa en ascender cuanto antes, al precio que sea, en la escala académica universitaria. Parecen advertir al entorno, a los superiores e inferiores en la organización universitaria, que son los mejores, que lo merecen porque son guapos e inteligentes, y por ello se cultivan a sí mismos si reparar en acciones de colaboración generosa en su Departamento o Grupo de Investigación, y mucho menos aún en otras actuaciones de solidaridad con los asuntos de las personas que viven en su misma ciudad o país.
Este prototipo de jóvenes estudiantes, becrio e investigación o jóvenes profesores ayudantes, sin duda alguna listos e inteligentes, ha aprendido muy pronto que el camino del ascenso y el éxito académico pasa por contabilizar a cada momento si todo lo que cada uno hace, pequeño o grande, le cuenta para sus aspiraciones. Es decir, si participar en una comisión de trabajo académico le renta, si escribir la recensión de un libro que ha aparecido le renta, si publicar en una revista científica que no esté en los artificiales rankings de revistas de propiedad privada un artículo le renta, si ocupar un cargo de gestión dentro de su Facultad o por encargo en la universidad le renta. El cálculo de rentabilidad está presente a cada momento de la vida de este joven estudiante de los últimos cursos de su licenciatura o grado, becario de investigación o profesor ayudante.
Por ello nos alarmábamos, dentro de nuestra conversación sobre el entorno universitario en el que estamos, que este tipo de estudiante no atendiera a un determinado canon de conducta con respetables académicos de su propia universidad, que dejara de lado el rigor imprescindible de la investigación de excelencia, y que buscara con tanta ansiedad el ascenso rápido y sin escrúpulos hacia posiciones que le iban a reportar beneficio económico y social rápido, sin atender a otro tipo de reflexiones éticas que nosotros como observadores, y pacientes del problema, consideramos de ineludible respeto dentro de la función formativa que ha de desempeñar toda universidad y sus correspondientes miembros en activo.
De ahí que a un becario de investigación, o ayudante doctor, de esta clase de personas, hoy mucho más numerosas que lo que sería deseable para bien de una universidad pública, no le tiemble el pulso a la hora de hacer elecciones en su dedicación. Así, por encima de la calidad de lo que aporte al Grupo de Investigación está su beneficio horario y económico en esa dedicación; así, nunca consideró que la atención tutorial que le ofrecía su director de tesis era resultado de la generosidad de aquél, porque siempre consideró que era su obligación el dedicarle horas, sin contemplar ningún signo de agradecimiento. Si en algún momento obtiene un éxito académico o administrativo, este tipo de personas nunca piensa que puede haber existido alguien ayudándole, pues considera que solo es el resultado natural de su brillante capacidad.
Este tipo de personas resulta sorprendente por la frialdad de sus elecciones, por la naturalidad con la que olvidan los procesos de apoyo que unos y otros le han brindado en su formación y posteriores logros. Piensan con ingenuidad y desidia moral, con individualismo feroz, que el mundo científico al que comienzan a integrarse se postra a sus pies, porque cada uno de ellos se lo merece y nada más.
De esta manera se comprende bien que en muchos de estos casos que comentamos prevalezca la rentabilidad inmediata (sea monetaria o académica) por encima del rigor científico de un trabajo, por no referirnos a otras categorías de orden moral.
Es indudable que este prototipo de estudiante, becario o profesor ayudante de la España del siglo XXI es expresión de los valores de su tiempo histórico, radicalmente individualista, y víctima también de un modelo de valores procedentes el mundo neocapitalista, radicalmente insolidario y competitivo. Pero no siempre debemos echar la culpa al sistema, porque cada uno de nosotros es suficientemente mayorcito como para adoptar decisiones libres en otra dirección.
Otro modelo de universidad en el que creemos y defendemos, mucho más humanista y formativa, necesita de estudiantes y profesores con mayor bagaje moral e intelectual.

José Maria Hernández Díaz
Universidad de Salamanca
jmhd@usal.es